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martes, 26 de agosto de 2025

Por amor se puede cambiar

Cambiar por amor?

El amor puede cambiar a una persona de muchas maneras. Aquí hay algunas formas en las que el amor puede tener un impacto transformador:

1. Motivación para el crecimiento personal: El amor puede inspirar a una persona a trabajar en sí misma, mejorar sus comportamientos y actitudes, y cultivar una relación más saludable y satisfactoria.

2. Cambio de perspectiva: El amor puede hacer que una persona vea el mundo de una manera diferente, adoptando una perspectiva más positiva y empática.

3. Mayor empatía y comprensión: El amor puede fomentar una mayor empatía y comprensión hacia los demás, lo que puede llevar a relaciones más profundas y significativas.

4. Superación de miedos e inseguridades:

El amor puede ayudar a una persona a superar miedos e inseguridades, lo que puede llevar a una mayor confianza en sí misma.

5. Desarrollo de la autoestima:

El amor puede ayudar a una persona a desarrollar una autoestima más saludable, lo que puede llevar a una mayor felicidad y satisfacción en la vida.

6. Cambio en prioridades:

El amor puede hacer que una persona reevalúe sus prioridades y valores, lo que puede llevar a cambios positivos en su vida.

7. Mayor resiliencia:

El amor puede ayudar a una persona a desarrollar una mayor resiliencia, lo que puede ayudarla a superar desafíos y dificultades.

Es importante recordar que el cambio personal es un proceso interno y personal, y que cada individuo es responsable de su propio crecimiento y desarrollo.

El amor puede ser un factor importante en este proceso, pero no debe ser la única razón para buscar el cambio.

AMAR SANAMENTE POR AMOR A TI.

Tratar de perdonar

 

Uno de los temas reiterativos en las relaciones humanas es el perdón. Todos hemos necesitados ser perdonados y hemos recibido la invitación a perdonar a alguien.

Hoy quisiera proponerles algunas reflexiones -desde mi experiencia espiritual- en torno al perdón desde estas preguntas: ¿Qué es el perdón? ¿Por qué perdonar? ¿Cuántas veces hacerlo? ¿Cómo perdonar?

¿Qué es perdonar? Muchas definiciones he leído en torno a esta experiencia humana, pero quisiera compartir con ustedes dos: primero, es la decisión por recuperar la paz perdida. No un sentimiento sino una acción de nuestra voluntad para volver a vivir en la armonía que alguna situación nos hubiese quitado.

En este orden de ideas todos podemos perdonar, porque todos tenemos la capacidad y la posibilidad de tomar esa decisión.

Segunda definición, que me gusta por la relación que se ha establecido desde siempre entre el olvido y el perdón, dice que “perdonar es recordar sin dolor”. Está claro que hay cosas que no vamos a olvidar -y es necesario que no hacerlo- pero no podemos sufrirlo cada vez que lo recordamos.

¿Por qué perdonar? Estoy seguro de que hay muchas razones para tomar esta decisión. Perdono porque es lo mejor que me puede pasar, pues soy el primer beneficiado de mi decisión. Perdono porque el resentimiento, como decía mi abuela, es un veneno que me tomo, para que se muera el otro. Perdono porque sé que todos necesitamos una nueva oportunidad. Perdono porque le creo al Señor Jesús y Él nos ha invitado a hacerlo como una manera de ser cada día mejores.

¿Cuántas veces perdonar? Desde la perspectiva que estamos reflexionando, creo que siempre hay que perdonar. Cuando Pedro le pregunta lo mismo a Jesús, el Maestro responde con la parábola del siervo sin entrañas, quien primero pide perdón al Rey de sus grandiosas deudas y éste se lo da; pero luego condena a su hermano por una deuda mucho menor.

Este pasaje tiene un sentido bien claro: “Debemos perdonar al hermano todas las veces que queramos que Dios nos perdone”. Es la dimensión social-fraterna de nuestra experiencia de fe. Nada hacemos con tener una buena relación con Dios; sino la tenemos con aquellos con los que vivimos. Es de “descarados” pedir perdón y ayuda a Dios, mientras no se la damos a los hermanos con los que vivimos. Esta es una esquizofrenia que no podemos vivir como cristianos.

¿Cómo perdonar? Pregunta compleja y respondida desde distintos ángulos. Te propongo lo que a mí me ha resultado:

1. Trato de comprender las razones que tiene la otra persona para haber actuado de esa manera. Sé que no justifica su proceder, pero me hace verlo de una manera distinta. No es un monstruo que quiere hacerme lo peor, sino es un “humano” que falla y que no atinó a hacer lo correcto.

2. Recuerdo lo importante que es para mi proyecto de mi vida estar en paz y seguir adelante en la vida.

3. Entiendo que si yo tuviera los mismos condicionantes y las mismas experiencias, seguro que hubiera actuado de la misma manera.

4. Oro por esa persona. Pido a Dios lo mejor, que le vaya súper bien y que pueda estar bien para que no tenga más necesidad de hacerle daño a nadie.

5. Y, claro, tomar la decisión de hacerlo, a pesar de todas las emociones que tengo en este momento.

Por último vuelvo sobre una distinción, que he hecho muchas veces y que causa algunas discusiones en los espacios espirituales: es que en el ámbito humano perdonar no siempre es reconciliarse. Muchas veces te perdono; pero tengo que distanciarme de ti. Otras veces sí puedo perdonarte y seguir contigo. En el ámbito de la relación con Dios sí es lo mismo. Siempre que nos perdona nos reconcilia consigo.

No se cometen errores, se toman decisiones

 

No se cometen errores, se toman decisiones. Muchas personas arrepentidas dicen ante sus actos, cometí un error… Pero la verdad es que tomó una decisión.

La vida es un constante decidir. Ella, con sus días que se juntan una y otra vez, nos pone ante continuas bifurcaciones, que nos exigen decidir cuál camino seguir. Sabiendo que no elegir, es una forma de elegir. Esto es, si decidimos no coger ningún camino ya estamos eligiendo no seguir y ese, también es un camino. Por ello, tengo que decir que estamos condenados a decidir y a decidir lo que consideremos, siempre, nuestra mejor opción.

No todas las decisiones tienen la misma trascendencia, pero cada una de ellas, le agrega, realiza o pierde, suma o resta algo, al proyecto de vida que estamos construyendo. Es probable que en una de esas decisiones nos juguemos el sentido completo de nuestra vida, porque cada decisión tiene unas consecuencias a las que no podemos sustraernos, y muchas de esas consecuencias nos cambian totalmente el rumbo de la vida.

Por eso, creo que la clave de la vida está en saber decidir. Quien aprende a decidir aprende a vivir. Ese debiera ser nuestro mejor aprendizaje en los años mozos: saber discernir qué debemos hacer en cada momento de la existencia. Te propongo que reflexiones estas claves para la toma de decisiones:

Toda decisión tiene que estar mediada por la razón y el corazón. Ni fríos racionalistas que pierdan las reales manifestaciones de las emociones que se esconden en los vericuetos de la vida, y que nos hacen tan distantes como aquel que sólo acepta ideas claras y distintas. Como tampoco "emocionalistas" que, presa de las constantes presiones del afecto, de los sentimientos, de los deseos, se encaprichan en hacer las cosas sin ninguna consideración inteligente y desafiando todo sentido común, por lo cual terminan desbocados sufriendo y pagando las consecuencias de sus acciones. Para decidir hay que tener presente lo que la razón dice, hay que analizar, prensar, entender y valorar cada una de las variantes que la conforman; pero también hay que sentir, comprender y amar. Sólo cuando se combinan las dos dimensiones humanas podemos tener una decisión que nos realice.

Hay que revisar qué es lo mejor para nuestro futuro. Las decisiones no pueden ser vistas sólo desde el presente, es necesario proyectarlas. Hay que saber calcular las consecuencias que éstas decisiones tienen para mañana y cómo las vamos a poder enfrentar. Quien sólo decide para hoy, normalmente, es sorprendido por las peores consecuencias. Muchas decisiones que hoy nos hacen sufrir mañana nos entregan dividendos muy satisfactorios y realizadores.

No sólo el placer puede ser la única razón motivadora de las decisiones. No sólo de placer vive el hombre, hay muchas otras dimensiones para tener en cuenta y que inciden en la realización de nuestro proyecto. A veces la familia o las otras personas que amamos están por encima de nuestros propios placeres. U otra veces la inteligencia nos asegura una decisión que nos sacrifica un placer; pero que nos abre un mundo de posibilidades. Somos seres de muchas dimensiones y desde ellas tenemos que decidir.

Los otros cuentan en nuestras decisiones. A veces me duelo cuando me encuentro con gente tan egocéntrica que sólo piensa en sí mismo y en nadie más. Los humanos coexistimos y por lo mismo tenemos que tener al otro pendiente. No lo podemos avasallar ni devastar. Tenemos que ser capaces de mirar hasta dónde lo que decido lo daña y lo destruye. A veces en nombre del amor destruimos a los otros con decisiones egoístas. Quien necesita estar remarcando su calidad, su capacidad, su valor, sus triunfos, es porque se siente inferior y requiere autoafirmarse constantemente así sea a "costillas" de la felicidad de quienes están a su alrededor.

Lo espiritual cuenta en la toma de decisiones. Estoy seguro de que el sentido definitivo de la historia lo supera, los trasciende, lo rebasa.

Pido a Dios que te ayude a saber decidir; pero, sobre todo, a mantenerte en las decisiones correctas que has tomado.

Cuando la solucion del problema es otro problema

 

Las relaciones humanas son complejas, de eso estoy seguro. Y digo no son fáciles, tan fáciles como algunos creen; así como tampoco son imposibles de ser bien llevadas como creen otros. Hay que encontrar el justo equilibrio que las hace saludables, placenteras, deseables. Lo que puede ser algo delicioso y sano, algunas veces termina siendo una especie de infierno, tormentoso y horrible.

Construimos relaciones complicadas cuando no queremos entendernos; cuando no buscamos comprender al otro, sino que el otro me comprenda a mí; que busque lo que yo busco y quiera lo que yo quiero, que le guste lo que me gusta y haga lo que creo que debe hacer. Cuando el otro no hace eso, no quiere ser títere de mi voluntad, entonces se complica todo. Y la libertad del otro se vuelve una desgracia; tanto que la descubro como un problema. Y la solución del problema, la más fácil, la que espero, es precisamente, que el otro haga eso que creo que debe hacer. Que me complazca. Y ahí se vuelve más problema el problema.

Porque el otro está en todo su derecho de no hacer lo que yo quiero que haga. Es más, esto se vuelve más problema porque el otro tendrá la pretensión de que yo haga lo que él quiere. También de aquel lado me piden que sea lo que no soy. Debemos buscar el equilibro, saber que los seres humanos no existimos para ser el ideal de nadie, que no tenemos que ser como otros quieren, ni otros serán lo que queramos. Las relaciones sanas se construyen a partir del reconocimiento de la ‘otredad’, de la inigualable singularidad del resto de las personas, que es tan válida y tan importante como mi propia singularidad, como mi originalidad es válida y pido respeto para ella, pues de igual forma tengo que procurar valorar y darle importancia a la de los otros.

Cuando dejo de pretender que me complazcan, cuando espero que los otros sean como son y los acepto, entonces tengo menos problemas con ellos. Porque ya no estarán predispuestos a pelear contra quien consideran un invasor de su personalidad o un contricante que busca derrotarlos en la lucha por ser ellos. Si quieres mejorar tus relaciones, mejora tu percepción de los otros; especialmente mejora tu tendencia a imponer lo que crees que deben ser o hacer, vivir o sentir.

Déjalos ser libres como esperas ser libre y verás la diferencia que hay entre la relación tormentosa que tienes ahora y la que podrás tener con ellos. Siempre vas a necesitar relacionarte con alguien, siempre tendrás que estar en sociedad, porque los seres humanos tenemos que vivir con otros, los necesitamos, entonces qué mejor forma que encontrar en el respeto y la valoración, una convivencia más sana, más incluyente, más amable. Seguro que también los demás responderán de la misma forma, aunque se tome su tiempo. Seguro que gradualmente verás los frutos de tu cambio de mentalidad; verás que puedes encontrar resistencias al principio, que otros crean que lo que haces es sospechoso, pero se convencerán cuando vean que no es flor de un día, sino una nueva forma de pensar y de actuar con respecto a ellos.

Se puede cambiar al otro?

 

Una de las tendencias humanas más fuertes en las relaciones interpersonales es la de pretender producir cambios en las personas con las que interactuamos. Nos gusta pensar que podemos hacer que los otros sean de una manera distinta. Estoy pensando -por ejemplo- en las parejas que se dedican con todas las fuerzas de su corazón a tratar a cambiar aquel con quien viven.

Para ello usan manipulaciones emocionales, económicas y toda clase de artimañas para que el otro sea como ellos quieren que sea. Porque es uno de los puntos más “arbitrarios” de la humanidad, este deseo de cambiar al otro que cambie según lo que yo necesito, quiero y pienso que debe ser.

1. Nadie cambia a nadie. Esto hay que tenerlo bien claro. Ningún ser humano cambia realmente por la presión de fuera. Si logra cambiar, lo hace porque ha tomado consciencia del error en el que se encuentra y lo dañino que es para los demás y para sí mismo, así decide interiormente cambiar y hacer las cosas de otra forma. Es una decisión personal e íntima. Esto lo entienden bien quienes han vivido con adictos y han hecho hasta lo imposible para que deje la sustancia que los está destruyendo, pero no lo han conseguido, pues sólo se dará ese ruptura cuando el adicto tome conciencia y decida por sí mismo cambiar.

2. Nadie cambia solo: Esta es la otra cara de la moneda. Ninguno puede decir que va a cambiar aislado de todos los demás. Esto es imposible. Siempre se necesita ayuda de aquellos con los que convivimos y de los que están preparados idóneamente para ayudarme. Por eso, es importante escuchar, analizar y tratar de comprender bien lo que los otros me dicen, porque es importante para cualquier decisión de ser y de actuar de manera distinta.

3. El amor y la aceptación es la mejor manera de ayudar a cambiar: Mientras tengamos que defendernos de los ataques de alguien, nos sintamos presionados u obligados a ser distintos a como somos, es muy probable que no cambiemos. Por inercia humana –válganme el concepto- no queremos dejarnos imponer nada de nadie. Cuando nos sentimos amados, aceptados y valorados, seguro somos capaces de comprender y aceptar lo que se nos está pidiendo e intentamos hacer lo mejor para actuar y hablar de forma distinta. Quien me ama, me ayuda a cambiar sin obligarme, amenazarme, ni manipularme. Cuando me siento amado, cualquier proceso de cambio es posible.

4. Hay cosas que no se pueden cambiar: También debemos saber lo que estamos pidiendo al otro que cambie, porque hay realidades humanas que definen la personalidad, que son estructurales y que no se pueden cambiar. Hay otras que forman parte de la dinámica de la personalidad y seguro que pueden ser distintas. En algunos casos es mejor tomar distancia de alguien que intentar cambiar lo que es imposible que cambie, porque eso lo define y lo hace ser quien es. .

5. Dios ayuda pero no lo hace solo: Sé que para algunos es fácil decir: Dios me cambia. Seguro que Dios tiene poder para cambiar a quien quiera pero ¡ojo! Recordemos que en la historia de salvación hay una clara opción de Dios por respetar la libertad de los hombres, por no obligarlos a nada sino por dejarlos ser. Pues entonces, para que Dios te ayude a cambiar, tienes que dejarlo actuar, tienes que tomar la decisión de hacerlo y luchar por tu cambio. Si no es pura cometa elevada al viento, con apariencia de verdad teológica y nada más.

Tenemos que aprender a respetar y a amar a las otras personas tal cual son. Igual que tener claro que ese es el mejor camino para actuar con los demás. Antes de comprometernos con alguien -o hacernos socios- lo mejor que debemos hacer es conocerlos suficientemente –sé que a nadie conocemos totalmente, pero intentarlo al máximo- para así minimizar el margen de error.

Soltar y dejar ir

 

Soltar y dejar ir!!!

Una de las despedidas más difíciles ocurre cuando amamos a una persona y, al mismo tiempo, vemos que no es posible construir una relación sana a su lado. Es un momento de profunda introspección, donde el corazón y la mente se debaten entre quedarse o partir.

Pues quedarnos implicaría seguir esperando cambios que no llegan, tolerar acciones que nos duelen, aceptar el mínimo esfuerzo, perdernos en el intento de no perderle. A veces, la esperanza nos ata a situaciones insostenibles. Nos aferramos a la idea de que las cosas mejorarán, pero la realidad es que no siempre sucede así. La valentía está en reconocer cuándo es momento de soltar y dejar ir.

Sabemos que irnos dolerá; pero será la ruta que nos lleve a sanar. El dolor de la despedida es inevitable, pero también es el primer paso hacia la curación. Al alejarnos de lo que nos lastima, permitimos que nuestras heridas cicatricen. Es un acto de amor propio y autocuidado.

En cambio quedarnos solo seguirá abriendo la herida más y más. Permanecer en una relación tóxica o insatisfactoria prolonga el sufrimiento. Cada día que pasamos en esa situación, la herida se profundiza. Es como si estuviéramos rasgando una herida abierta una y otra vez.

Recuerda que cada despedida es una oportunidad para crecer, aprender y transformarte. A veces, el mayor acto de amor es soltar lo que ya no nos nutre, para dar espacio a nuevas experiencias y personas que sí lo harán. 

Cuando un favor se vuelve una obligación

 

Una de las experiencias más extrañas que voy teniendo en la vida es ir constatando que a las personas que más ayudas son también las que más problemas te causan y hasta, en ocasiones, se vuelven tus enemigos y tratan de dañarte. Lo que al principio es un favor, luego se vuelve una obligación; que si no sigues ayudando te puede causar las peores consecuencias.

Al que ayudas con ganas y ánimo no responde con la misma actitud, sino que -a veces- tiene actitudes totalmente contrarias a las que esperas y que explican por qué les estaba yendo mal antes de tu intervención. Si le invitas a trabajar contigo y no hace bien las cosas; entonces le pides que se vaya, ahí inventa lo que sea para demandarte y hacerte pagar con creces tu buena intención de ayudarlo. No te extrañes que pronto olvide que le ayudaste, que cuando se sienta fuerte se haga tu mal competidor y busque dañarte y acabarte. No se te haga raro que tu ayuda sea criticada y hasta ridiculizada por el exigente “necesitado” que no acepta cualquier ayuda.

- Qué extraño que este me ataque tanto; sino le he hecho ningún favor.

“Hubo una vez que yo tuve un gran amigo, y sin pedirle nada a cambio lo ayude, y tengo a Dios de mi lado y de testigo, que yo quería en futuro verlo bien…ahora el quiere verme hundido porque ya se le olvidó, y no se acuerda ni un poquitico, que el lo sacó adelante fui yo…”

Parece que es una dinámica de vida: aquellos a los que ayudamos, terminan siendo nuestros enemigos o atacándonos y haciéndonos infelices. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Tengo varias respuestas.

Podríamos decidir ser los peores seres humanos y no ayudar a nadie. Es decir, para no tener enemigos cercanos, no ayudemos a ninguno. Simplemente hacer lo que nos toque bien y punto. Pero esa no es una actitud sana. No puedes ser igual al que se comporta mal. Tú eres, y quieres, ser distinto, mejor y ser de bien. Creo que debemos seguir ayudando, siendo consciente de las posibles consecuencias, haciéndolo de manera inteligente y sana. Sin violentar límites y sin esperar más de lo que realmente la gente puede dar. Ayudar con desinterés, con amor e intensamente. Analizar y tratar de entender por qué le está yendo tan mal; esto nunca es gratis y siempre hay algunas razones en la manera de ser de esta persona. Seguro hay más variables que influyen en este resultado, aunque nos cueste aceptar que le esté yendo mal, a pesar de ser el mejor de los trabajadores, la mejor de la persona, el más aplicado. Hay algo que no funciona, eso es cierto. Hay que sospechar de esos malos resultados, de lo contrario podrás comprobar con muchas preocupaciones y dolores que era así. Lo que más me anima a hacer el bien y tender la mano al necesitado es que el Dueño del Apartamento Azul sabe bien qué hay en nuestros corazones y qué quisimos hacer. Decidimos seguir ayudando a pesar de lo que nos vendrá de vueltas, pero sabiéndolo hacer.

También es importante reflexionar cómo somos nosotros mismos. No podemos quedarnos en la lógica de mirar siempre y sólo a los demás. ¿Cómo eres tú? ¿Eres agradecido, leal y sabes responder adecuadamente ante la ayuda de los otros? ¿Cómo te comportas ante aquel que estás ayudando? Muchas veces somos quienes ocasionamos que los otros actúen mal, cuando en vez de ayudar lo que hacemos es humillar y hacerles sentir que somos superiores. Eso hay que analizarlo y tratar de ver. Estoy seguro de que nada justifica el comportarse de manera desagradecida y desleal; pero hay que revisar bien cómo actuamos frente a los otros.

Lo cierto es que tenemos que trabajar más en torno al valor y la virtud del “agradecimiento”. Tenemos que ser agradecidos y enseñar a otros a serlo. Sin esa actitud de agradecimiento no hay verdadera humanidad. Creo que lo que más me hace humano es poderle decir al otro Gracias, y decírselo con la vida y cada uno de mis actos. La lealtad al que nos ayuda debe ser eterna. No digo sometimiento, ni lambonería digo lealtad verdadera, de ojos abiertos y palabra clara pero corazón agradecido.

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