Una de las experiencias más extrañas que voy teniendo en la vida es ir constatando que a las personas que más ayudas son también las que más problemas te causan y hasta, en ocasiones, se vuelven tus enemigos y tratan de dañarte. Lo que al principio es un favor, luego se vuelve una obligación; que si no sigues ayudando te puede causar las peores consecuencias.
Al que ayudas con ganas y ánimo no responde con la misma
actitud, sino que -a veces- tiene actitudes totalmente contrarias a las que
esperas y que explican por qué les estaba yendo mal antes de tu intervención.
Si le invitas a trabajar contigo y no hace bien las cosas; entonces le pides
que se vaya, ahí inventa lo que sea para demandarte y hacerte pagar con creces
tu buena intención de ayudarlo. No te extrañes que pronto olvide que le
ayudaste, que cuando se sienta fuerte se haga tu mal competidor y busque
dañarte y acabarte. No se te haga raro que tu ayuda sea criticada y hasta
ridiculizada por el exigente “necesitado” que no acepta cualquier ayuda.
- Qué extraño que este me ataque tanto; sino le he hecho
ningún favor.
“Hubo una vez que yo tuve un gran amigo, y sin pedirle nada
a cambio lo ayude, y tengo a Dios de mi lado y de testigo, que yo quería en
futuro verlo bien…ahora el quiere verme hundido porque ya se le olvidó, y no se
acuerda ni un poquitico, que el lo sacó adelante fui yo…”
Parece que es una dinámica de vida: aquellos a los que
ayudamos, terminan siendo nuestros enemigos o atacándonos y haciéndonos
infelices. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Tengo varias respuestas.
Podríamos decidir ser los peores seres humanos y no ayudar a
nadie. Es decir, para no tener enemigos cercanos, no ayudemos a ninguno.
Simplemente hacer lo que nos toque bien y punto. Pero esa no es una actitud
sana. No puedes ser igual al que se comporta mal. Tú eres, y quieres, ser
distinto, mejor y ser de bien. Creo que debemos seguir ayudando, siendo
consciente de las posibles consecuencias, haciéndolo de manera inteligente y
sana. Sin violentar límites y sin esperar más de lo que realmente la gente
puede dar. Ayudar con desinterés, con amor e intensamente. Analizar y tratar de
entender por qué le está yendo tan mal; esto nunca es gratis y siempre hay
algunas razones en la manera de ser de esta persona. Seguro hay más variables
que influyen en este resultado, aunque nos cueste aceptar que le esté yendo
mal, a pesar de ser el mejor de los trabajadores, la mejor de la persona, el
más aplicado. Hay algo que no funciona, eso es cierto. Hay que sospechar de
esos malos resultados, de lo contrario podrás comprobar con muchas
preocupaciones y dolores que era así. Lo que más me anima a hacer el bien y
tender la mano al necesitado es que el Dueño del Apartamento Azul sabe bien qué
hay en nuestros corazones y qué quisimos hacer. Decidimos seguir ayudando a
pesar de lo que nos vendrá de vueltas, pero sabiéndolo hacer.
También es importante reflexionar cómo somos nosotros
mismos. No podemos quedarnos en la lógica de mirar siempre y sólo a los demás.
¿Cómo eres tú? ¿Eres agradecido, leal y sabes responder adecuadamente ante la
ayuda de los otros? ¿Cómo te comportas ante aquel que estás ayudando? Muchas
veces somos quienes ocasionamos que los otros actúen mal, cuando en vez de ayudar
lo que hacemos es humillar y hacerles sentir que somos superiores. Eso hay que
analizarlo y tratar de ver. Estoy seguro de que nada justifica el comportarse
de manera desagradecida y desleal; pero hay que revisar bien cómo actuamos
frente a los otros.
Lo cierto es que tenemos que trabajar más en torno al valor y la virtud del “agradecimiento”. Tenemos que ser agradecidos y enseñar a otros a serlo. Sin esa actitud de agradecimiento no hay verdadera humanidad. Creo que lo que más me hace humano es poderle decir al otro Gracias, y decírselo con la vida y cada uno de mis actos. La lealtad al que nos ayuda debe ser eterna. No digo sometimiento, ni lambonería digo lealtad verdadera, de ojos abiertos y palabra clara pero corazón agradecido.