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martes, 26 de agosto de 2025

No te quedes donde no te quieren

 

NO TE QUEDES DONDE “NO” TE QUIEREN

Cuando tratas con alguien que ya no te ama, ”se nota enseguida”.

Pero quizás tú...”NO” lo quieres aceptar. Porque vives siempre con la esperanza y la ilusión, a veces falsa... Y otras, con autoengaño de creer, que esa persona va a cambiar.

Y la verdad, si esa persona no te ama, “NO” tendrá ganas de cambiar nunca.

Y tú vivirás por años mendigando un poco de cariño, o un poco de amor, pensando que le amas.

Pero lo tuyo, tampoco es amor, sino más bien, es una fuerte dependencia emocional. Y sufres; de un terrible apego al pasado, aunado a una grave adicción a la atención de lo ausente. “QUE SE TE MANIFIESTA EN UN TERRIBLE DOLOR Y PROFUNDO VACÍO EXISTENCIAL EN TU VIDA PRESENTE”.

Sí, así es, cuando hay amor; “se nota”.

Y si ya se murió el amor...”se nota mucho más”.

Porque la indiferencia, el desinterés, el rechazo constante, el desgano y la desilusión...”DESTRUYEN EL ALMA UN POCO CADA DÍA”.

“NO CULPES AL AMOR”. Tu problema; fue el haberlo confundido con alguien que sólo te necesitaba...”PARA MATAR SUS RATOS DE SOLEDAD”.

No insistas en quedarte en los espacios donde no hay amor, ni mantener vínculos por "compromiso”.

Uno de los actos de amor más grandes que existen...”es dejar ir”.

No es sencillo, implica un trabajo personal arduo, pedir ayuda, aprender a poner y ponerte límites.

NO INSISTAS EN UN LUGAR AL QUE YA NO PERTENECES, NO HACES FALTA Y “NO” TE QUIEREN*.

TODO LO QUE “NO” ES AMOR... RESULTA SER TÓXICO.

TE REGALO ESTA FRASE:

NO INSISTAS... DONDE YA “NO” EXISTES,Y SOLO POR INTERES ESTAN, ABRE LOS OJOS AMIGUITO, QUE DE CERDO LOS TAMALES TE VAN A HACER, Y HASTA TE VAN A METER UN PROBLEMA QUE NO ES TUYO... YA TRAE COLA MANITO.

NO MERECES ESE KARMA.

Porque debo amar a quien tanto me odia?

 

Nos enseñaron a odiar a nuestros enemigos; pero Jesús nos invita a amarlos. A veces, meditando esta enseñanza de El Maestro, me pregunto cómo lograr amarlos, y la única manera es encontrar el bien que me hacen. ¿Me hacen algún bien mis enemigos? Sí. Creo que sí.

Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.

Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.

Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.

Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.

Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.

Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.

Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.

Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.

A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.

Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.

Las tres R

 

Les propongo 3 temas a tener en cuenta para ser los dueños de nuestras vidas, de nuestros proyectos, de lo que queremos ser y alcanzar en nuestra historia.

Un autor que sigo mucho, que leo porque me nutre para mis brindarle consejos a los pacientes que me visitan y para escribir mis reflexiones, es Jhon Maxwell, quien sobre el liderazgo de nuestra propia vida propone 3 R.

La primera de ellas: Requisitos. Todo lo que quiero alcanzar me exigirá algo. A cada meta le anteceden unos requisitos; por ejemplo, cuando queremos conseguir un trabajo, nos van a pedir una formación mínima como garantía de que podemos hacerlo bien. Del mismo modo cuando elegimos una pareja establecemos unos requisitos, queremos que tenga algunas condiciones o la otra persona, también tendrá unos que debemos cumplir. No sirvo para todo, no tengo habilidades para hacerlo todo bien.

Tengo que ser consciente de que tengo talentos, pero también tengo limitantes. Por ejemplo, a mí me encanta el fútbol, pero sé que no soy un buen jugador, que no tengo las cualidades que se necesitan para practicar ese deporte a un alto nivel. Como responsable de mi vida, la pregunta que se tiene que hacer es: qué debo hacer que nadie puede o deber hacer por mí?

La segunda R tiene que ver con los Resultados. Es decir, se pregunta por lo que sucede con lo que hacemos. Si queremos de verdad ser gente que triunfe, que haga la diferencia, tenemos que ser conscientes de los resultados que se presentan con lo que hacemos. Porque muchas veces nos gusta una actitud, nos gusta un modo, nos gusta un método para hacer las cosas; sin embargo, eso que nos gusta, no es algo que produzca los resultados que quisiéramos. Si queremos resultados distintos, seguramente tendremos que hacer cosas distintas, tener nuevas maneras, asumir actitudes que hasta ahora no hemos tenido. Si nuestra relación de pareja no funciona, no tiene para nosotros los resultados existenciales que queremos, entonces hay que intentar algo diferente, que hasta ahora no intentamos. Los resultados no son algo caprichoso. Ni se dan porque tengamos suerte o estemos “de malas”; sino que tienen una relación muy lógica con lo que hacemos, con la manera cómo asumimos la vida, cómo nos preparamos, cómo nos decidimos a enfrentar nuestra existencia, nuestras relaciones, nuestras responsabilidades y obligaciones.

La tercer R es Recompensas. Es decir, sobre los modos en los que recibimos los beneficios de nuestro esfuerzo. Todo vale la pena, siempre y cuando nos llene y le dé sentido a la existencia que tenemos. En este sentido, debemos preguntarnos qué produce la Recompensa más grande? Estamos hablando de satisfacción personal. La vida es muy corta para dejar de hacer las cosas que uno disfruta. Hago otras cosas pero siempre le dedico tiempo a las que más me gustan. Estoy seguro de que la mejor recompensa es ser feliz. Estoy seguro de que necesito recompensas; pues de lo contrario caigo en el aburrimiento y el desgano. El gran problema pasa cuando nos recompensamos antes de tiempo; es decir, no hemos alcanzado la meta y ya nos estamos comiendo los frutos; no hemos cosechado y ya nos acabamos los recursos de la cosecha; entonces nada tiene sentido y nos desmotivamos. Y veo mucha gente desmotivada por ahí, ya sea porque nunca se dan una recompensa o porque se las dan sin que alcanzaran sus metas. Cuando uno logra una meta, tiene que sentir que valió la pena ese logro. Por eso cuando conquisto un objetivo, me doy una recompensa. 

La envidia no deja ser feliz a algunas personas

 

Existen personas que les gusta hacer la vida infeliz a los demás. Esa es su misión en la vida. Su profundo odio hacia los demás los convierte en personajes dispuestos a hacer lo que fuese, a correr cualquier riesgo, a generar cualquier situación y pagar el precio más caro, con tal de destrozar la vida ajena. Sé que es una caricatura, sé que este tipo de descripción es una exageración de la realidad, una tragedia moderna inspirada en aquellas tragedias griegas tan bien contadas.

Pero me puse a pensar en tanta gente que se hace infeliz, no sé si con el propósito de serlo, pero sí con ese objetivo. Pues estoy seguro de que son muchas las situaciones en las que nos negamos a la propia felicidad. También sé que la envidia, que esta sociedad busca generar en los individuos, nos está restando espacios para sentirnos bien y gozarnos lo que somos. Aunque todos digamos que no la sentimos, vivimos buscando que otros la sientan; porque un comercial hace mucho nos enseñó que es mejor despertarla. Y entonces parece que no podemos negarnos a vivir en esa dinámica del envidiar y ser envidiados; es decir, en ni ser felices esperando que nos miren con recelo y odio, ni dejando serlo a los demás, tratando de opacar, minimizar, enlodar o destruir sus logros, conquistas o cualidades. Y mientras pensaba en esto, llegué a la conclusión de que no podemos ser felices por lo siguiente:

1-No creemos que podamos o merezcamos serlo. Nos sentimos malos, nos entendemos como poco fiables, poco capaces, poco dignos. Entonces actuamos conforme a eso. Nos hemos convencido de que la felicidad es algo inaccesible, algo fuera de nuestro alcance o posibilidades. Entonces no hacemos nada por lograrla. Como no es para mí, como está fuera de mi alcance, entonces para qué lucho, para qué intento tenerla. Y realmente este pensamiento es erróneo, equivocado y poco inteligente, pues todos tenemos la posibilidad de ser felices, en medio de la situación y de las capacidades propias, cada quien puede decidir y optar por la felicidad.

2- No podemos ser felices si estamos pendientes de lo que suceda con los demás. Tienes que concentrarte en tu vida, en tus proyectos, en tus facultades y en superar tus limitantes. Lo que pase con los demás es problema de ellos; no tienes ni que resolver la vida de los otros asumiendo que son tuyos, ni que sufrir y amargarte por los triunfos que logren. No vivimos en una competencia de nada. Lo que se le da al otro no es algo que me restan a mí; esa es una visión equivocada de la vida.

3- Lo que otros tienen, es suyo y no puede hacerme sentir mal. Una de las actitudes que más me encuentro con regularidad, es la aquellos que envidian los logros materiales, laborales, profesionales, etc., que tienen sus vecinos. Hay quienes ven que el carro que compró el vecino, es una afrenta personal para él que tiene que andar en buseta todavía. Y resulta que no. Envidiar no sólo te daña, sino que te estanca. Conozco a algunos que se contentan con creer que los otros ascienden no por propios méritos, sino porque tienen palancas, ayudas extras, trampas, etc. Y se amargan más por eso.

Frustraciones y decepciones

 

Todos experimentamos -en algún momento de nuestra vida- frustraciones y tenemos que aprender a experimentarlas como fuentes de crecimiento personal. No podemos pretender que todo nos salga bien, ni creer que se puede lograr una vida sin tropiezos, ni dificultades. Todos tenemos problemas y ellos son excelentes maestros para ser mejores seres humanos. Hoy quisiera que reflexionáramos en torno a una de las fuentes de frustración más común y es la de sentirnos decepcionados por la actuación o no-actuación de alguien.

No son pocas las veces en las que esperamos algo de alguien que éste no da o no realiza y terminamos sintiéndonos frustrados, decepcionados, traicionados, manipulados, engañados y muy tristes. La madurez humana pasa por la capacidad de comprender que las personas no están obligadas a pensar y actuar como nosotros esperamos. Cada uno es libre y dueño de su proceder, y sabe cuáles son las fuerzas interiores –valores- que lo impulsan a actuar y muy probablemente estos son diferentes a los nuestros. Comprender esto no es fácil; pero es lo que debemos hacer. En estos días alguien me decía: pero es que yo no hubiera actuado así. Claro, tú no habrías actuado así, pero eso no significa que esa otra persona este obligada a hacerlo. 

Cuando nos ponemos en esta situación somos capaces de frustrarnos menos y aceptar los comportamientos de los otros como lo que son: acciones que yo puedo juzgar mal o bien, que pueden ser correctas o no –según los criterios que se tengan- pero que no tienen porque afectarte interiormente. Se trata de aprender a no esperar nada de los otros, son nuestras expectativas las que nos llevan a esas frustraciones. A veces nuestras expectativas son absolutamente “locas”, porque esperamos lo que los otros no van a hacer. Y los demás no son responsables de esa frustración, sino nosotros mismos. 

Por eso siempre cuando estoy frente a un grupo o comenzando un proyecto, siempre digo lo que estoy dispuesto a dar, lo que puede esperar de mí, para que no termine esperando lo que no voy a dar, ni quiero dar. Que tenga claro qué estoy ofreciendo y con qué me estoy comprometiendo. Esto en las relaciones afectivas tienen que ser muy claro. Algunos a veces creen que el otro les está jurando amor eterno y así lo esperan, y resulta que el otro lo que está proponiendo es una relación efímera y basada en el placer incluyendo terceras personas en la relación mintiendo a toda hora y jurando en vano. Luego vienen los dolores y las depresiones por estar esperando lo que nadie va a dar.

Les propongo que tengamos claro estos elementos para evitar sufrir frustraciones y decepciones innecesarias: 

1. Dejar claro a través de una comunicación asertiva qué estoy ofreciéndole a la otra persona, en todas las dimensiones. 

2. Analizar si lo que estás esperando de la otra persona es real o es más fruto de tu imaginación o deseo.

3. Comprender que cada uno tiene derecho a expresar, hacer y construir su vida desde su singularidad y esa es totalmente diferente a la nuestra, no necesariamente mejor, ni peor. 

4. No reclamar por lo que no es un derecho. Ni pretender que los otros den lo que para nosotros es una obligación; pero realmente no lo es. 

5. Saber que siempre nos podemos levantar de una situación de frustración y que esta no es más que una de las tantas experiencias que nos hacen crecer y ser mejores seres humanos. Así evitaríamos muchos de los sufrimientos que tenemos y no tendríamos que decir como Mark Twain: “Soy un hombre viejo y he sufrido muchas y grandes desgracias, muchas de ellas nunca sucedieron.”

Si te ví no te conozco

 

Muchas veces me he preguntado ¿Cómo fue posible que Pedro negará al Señor?

Él vivió con Jesucristo tres años, lo acompañó en sus correrías y lo vio hacer tantos milagros.

¿Cómo fue posible que se le hubiera olvidado todo lo vivido en ese momento en el que estaba frente a la sirvienta que le preguntaba? En estos días estuve leyendo una reflexión que me ayudó a entender de mejor manera de qué se trataba esa negación. Pedro lo negó porque se decepcionó de Él. Pedro conocía al Jesús victorioso, al poderoso, al que, hacia ver a los ciegos, oír a los sordos, caminar al paralítico, levantar a los muertos. Ese Jesús era el que Pedro conocía y al que había decidido seguir. Pedro había dejado todo: esposa y familia, lanchas y redes. No era cobarde, lo habíamos visto reaccionar en el huerto de los olivos y cortarle la oreja al criado de Malco. 

Pero Pedro no se encontró con ese mismo Jesucristo en la Pasión. El de la Pasión es alguien que se deja golpear, que permite la agresión en sí mismo, que no reacciona con el vigor del poder que residía en él, sino que parece como “oveja al matadero”, una situación de total inhumanidad. Me imagino la decepción de Pedro. Imagino que soñó con que su Maestro se defendiera y mandara a la porra a todos los que le estaban atacando. Pedro dice lo que cualquier decepcionado: “a ese hombre no lo conozco”. “Ese no es el hombre al que he seguido durante los últimos tres años”. Su negación es fruto de haberse hecho una imagen de Jesús que no correspondía con la verdadera y real.

Jesucristo no es Poderoso a la manera del mundo, sino que es poderoso a la manera de Dios. Su poder no está en hacerse el primero, sino en servir a todos aquellos que lo necesitaran; no está en la capacidad de destruir, sino de salvar; su poder no está en infligir sufrimiento al malvado, sino en sufrir por él para ganarlo para Dios. Esto es algo que Pedro no puede comprender en su momento. Algunas veces nos pasa lo mismo.

Nos hemos hecho una imagen triunfalista y emotiva de Jesús, entonces cuando llegan los problemas o las dificultades, queremos negarlo y decir que no existe. Ser cristiano supone la capacidad de descubrir a Dios en todas las situaciones de la vida, no sólo verlo en los momentos de triunfo. Es necesario que entendamos que la lógica de Dios no es igual a la de esta sociedad capitalista. Dios no actúa únicamente en medio del poder y la abundancia; sino que también actúa en medio de la debilidad humana. Por ello quien quiera amar de verdad a Jesús, deberá entender que el problema no es de prosperidad o pobreza, de tristezas o alegrías, sino de amor que se entrega, amor que se da hasta el extremo por hacernos plenamente felices. Se trata de aprender a descubrir en la cruz a quien nos está revelando al Padre. A un Padre que es fiel y que no nos abandona nunca. A un Padre que nos da su fuerza para superar las dificultades; pero que siempre respeta nuestra capacidad de elegir y decidir.

¿Qué hacer ante el sufrimiento?

 

¿Qué hacer ante el sufrimiento? me preguntó la señora de ojos negros y mirada triste. No le podía responder en abstracto porque, de alguna manera, el sufrimiento es singular, personal, propio, aunque a la vez sea de todos. Por ello, le contesté con otras preguntas y trate de ubicar qué era lo que le hacía sufrir para darle alguna palabra que le ayudará a construir sus propias respuestas. Sin embargo, me quede pensando en la pregunta que ella me había realizado y les quiero proponer algunas reflexiones que obtuve después de consultar mi almohada y de tratar de leer la vida en clave espiritual.

Hay que evitarlo cuando se pueda. Sí, hay sufrimientos que se pueden evitar. Muchos dolores son causados por decisiones mal tomadas o por desatenciones que tenemos en la vida. Es preciso, ser inteligentes, razonar bien, discernir, proyectar y tratar de comprender las realidades en todo su amplio contexto para decidir bien y evitar sufrimientos innecesarios.

Hay que aceptarlo. Nuestra condición humana marcada por la fragilidad y la temporalidad nos pone ante algunos sufrimientos que no podemos evitar sino aceptar, como la muerte de alguien que amamos, la enfermedad las rupturas que se dieron por las circunstancias y condiciones de la vida. Esos dolores no lo podemos evitar; pero sí vencerlos a través de la aceptación. Forman parte de nuestra vida y así habremos de asumirlos. Los tenemos allí y los dejamos cumplir su función de hacernos crecer, de ayudarnos a tener una mejor visibilidad de la vida, de hacernos saber que estamos vivos. No hay palabras mágicas que los hagan desaparecer; ni, mucho menos, se pueden cercenar cuando se instalan en el corazón a vivir. Lo que no debemos hacer es dejarlos convertirse en los obstáculos que no nos dejan ser felices, sino hay que convertirlos en catapultas que nos lleve a mejores situaciones.

Se trata de construir el duelo. De saber que nada podemos hacer para quitarlos de allí, pero que podemos hacer todo para que no sean anclas que no nos dejan navegar en el mar de la vida. Queda claro que el dolor no tiene que irse del todo, como tampoco puede ser un palo en la rueda de la vida, lo tenemos que aceptar para poder seguir adelante cosiendo el tejido de la existencia con los hilos de colores alegres y brillantes. Cuando se acepta el dolor comienza a formar parte de lo que nos hace ser mejores.

Encontrarle sentido. Soy de los que creen que las cosas pasan para algo. Me cuesta creer que todo es fruto del azar, de la casualidad y de las relaciones probabilísticas. Por eso, más allá de encontrar la causa del sufrimiento, o del dolor, que a veces se hace objetiva y otras una búsqueda infructuosa; lo que necesitamos es saber para qué sucedió, qué me enseña. Estoy seguro de que esto no se puede hacer sino es desde una dimensión espiritual, desde esa capacidad humana de trascender a todo lo que vemos, tocamos, vale y da placer. Cuando vemos, desde la fe, esas experiencias le encontramos un sentido que nos plenifica y nos hace tener menos miedos.

Celebrar la vida. Quienes sufrimos estamos vivos. Por ello, el sufrimiento tiene que ser una razón para celebrar nuestro estar vivos y nuestro poder seguir luchando porque las cosas sean distintas y mejores. Celebra la vida y no te quejes más.

PD. Espero sus comentarios siempre son importantes para mi. Animo.

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