Muchas veces me he preguntado ¿Cómo fue posible que Pedro negará al Señor?
Él vivió con Jesucristo tres años, lo acompañó en sus
correrías y lo vio hacer tantos milagros.
¿Cómo fue posible que se le hubiera olvidado todo lo vivido en ese momento en el que estaba frente a la sirvienta que le preguntaba? En estos días estuve leyendo una reflexión que me ayudó a entender de mejor manera de qué se trataba esa negación. Pedro lo negó porque se decepcionó de Él. Pedro conocía al Jesús victorioso, al poderoso, al que, hacia ver a los ciegos, oír a los sordos, caminar al paralítico, levantar a los muertos. Ese Jesús era el que Pedro conocía y al que había decidido seguir. Pedro había dejado todo: esposa y familia, lanchas y redes. No era cobarde, lo habíamos visto reaccionar en el huerto de los olivos y cortarle la oreja al criado de Malco.
Pero Pedro no se
encontró con ese mismo Jesucristo en la Pasión. El de la Pasión es alguien que
se deja golpear, que permite la agresión en sí mismo, que no reacciona con el
vigor del poder que residía en él, sino que parece como “oveja al matadero”,
una situación de total inhumanidad. Me imagino la decepción de Pedro. Imagino
que soñó con que su Maestro se defendiera y mandara a la porra a todos los que
le estaban atacando. Pedro dice lo que cualquier decepcionado: “a ese hombre no
lo conozco”. “Ese no es el hombre al que he seguido durante los últimos tres
años”. Su negación es fruto de haberse hecho una imagen de Jesús que no
correspondía con la verdadera y real.
Jesucristo no es Poderoso a la manera del mundo, sino que es
poderoso a la manera de Dios. Su poder no está en hacerse el primero, sino en
servir a todos aquellos que lo necesitaran; no está en la capacidad de
destruir, sino de salvar; su poder no está en infligir sufrimiento al malvado,
sino en sufrir por él para ganarlo para Dios. Esto es algo que Pedro no puede
comprender en su momento. Algunas veces nos pasa lo mismo.
Nos hemos hecho una imagen triunfalista y emotiva de Jesús, entonces cuando llegan los problemas o las dificultades, queremos negarlo y decir que no existe. Ser cristiano supone la capacidad de descubrir a Dios en todas las situaciones de la vida, no sólo verlo en los momentos de triunfo. Es necesario que entendamos que la lógica de Dios no es igual a la de esta sociedad capitalista. Dios no actúa únicamente en medio del poder y la abundancia; sino que también actúa en medio de la debilidad humana. Por ello quien quiera amar de verdad a Jesús, deberá entender que el problema no es de prosperidad o pobreza, de tristezas o alegrías, sino de amor que se entrega, amor que se da hasta el extremo por hacernos plenamente felices. Se trata de aprender a descubrir en la cruz a quien nos está revelando al Padre. A un Padre que es fiel y que no nos abandona nunca. A un Padre que nos da su fuerza para superar las dificultades; pero que siempre respeta nuestra capacidad de elegir y decidir.