Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido que todo está perdido; que no tenemos ninguna oportunidad para salir adelante. Seguro que no falta el “amigo” que, con una falsa cara de dolor, nos diga que lo siente mucho pero que no lo intentemos, que ya no hay nada que hacer. Frente a esas situaciones tenemos dos posibilidades bien claras y definidas:
1. Nos damos por venidos y entregar todas nuestras “armas”
diciendo que nada hay que hacer. Esta es una posibilidad que muchos asumen,
declarándose vencidos antes de salir al último asalto. Esa opción nos deja
amargados, tristes y derrotados. Es una decisión que nos deja con la pregunta
interior de qué hubiera pasado si hubiéramos intentado un último esfuerzo. No
es extraña este tipo de actitudes en una sociedad que predica el facilismo, la
magia y teorías que invitan a alcanzar el éxito o el triunfo sin el esfuerzo
necesario. Es fácil tomar la decisión de dejarse vencer por la situación, pero
es difícil aceptar las consecuencias que se derivan después.
2. Dar la batalla con todas las fuerzas y luchar con la
seguridad que todo se puede revertir y que toda adversidad se puede vencer.
Para ello hay que prepararse, elegir la mejor estrategia y luchar con todas las
fuerzas. Es la decisión de ir a la batalla a dar lo mejor. Por supuesto que
estamos arriesgándonos, porque uno va a la pelea sabiendo que es posible que
salgamos derrotados; pero y qué, igual perderemos si no lo intentamos. Pero hay
una diferencia entre estos que nos se mueren hasta que se mueren, y los que no
pierden los partidos hasta que se acaban.
Te propongo que no te desanimes frente a las adversidades,
que no creas que ya estás perdido, que seas capaz de ceñirte como un valiente y
enfrentar esa adversidad –por muy difícil que parezca- con la certeza de que
vas a vencer. Puedes darte por vencido, puedes tirar la toalla pero, insisto,
hay diferencias entre perder sin intentarlo o perder dando la batalla. Por eso
saca fuerzas de desde dentro y date cuenta que puedes hacer lo mejor. Creo que
debes trabajar sobre tres confianzas fundamentales para toda batalla:
1. Confía en ti mismo, para ello debes tener claro que eres
una persona con las aptitudes que se requieren para la batalla, sabiendo que
Dios ha puesto en tu corazón muchos talentos que no puedes despreciar. Esa
confianza en ti se debe manifestar en una actitud decidida y constante.
2. También hay que confiar en aquellos con quienes hago
equipo. Siempre necesitamos ayuda y es necesario creerle al otro. Saber que
igual que yo, los que me rodean tienen valores, aportan cosas importantes, son
talentosos. En la vida no sólo basta con lo que hago, siempre necesito un
aporte más que yo mismo no puedo dar. Y en mi equipo hay quienes tienen esa
ayuda oportuna que requiero.
3. Y, claro, una confianza plena y total en Dios. Él es el
Dueño de la vida, y nos da su ayuda siempre. Ayuda que implica nuestro esfuerzo
y no es mágica. Estoy seguro de que con esas confianzas y un plan de trabajo
inteligente y real, podremos revertir todas las situaciones difíciles que
tenemos; y si no tendremos la satisfacción de haber dado todo, esto no nos
quita el dolor de la derrota, pero nos da un fresquito que nos hace sentir
mejor.
Creo en ti y estoy seguro que puedes hacer lo mejor. Ánimo.