Uno de los temas recurrentes cuando hacemos análisis de las circunstancias del país es la creciente desesperanza aprendida. Uno se encuentra con gente que piensa, siente, vive de un modo pesimista. Todo está mal. Todo estará peor. Esas máximas con las que se viven, no sólo se propagan, se repiten y se creen; sino que definen el modo cómo nos relacionamos con la existencia. No hay nada bueno, no lo habrá, entonces hay que intentar sobrevivir según se pueda sin aspirar a más.
Estoy convencido de que esa desesperanza no es el sentido de
lo que somos; ni de lo que debemos ser. Creo que es fundamental tener esperanza
y que ésta sea capaz de vencer al pesimismo. Y defino esperanza como la certeza
de que ocurrirán las cosas buenas que ya han pasado anteriormente en mi vida.
También la entiendo como la seguridad existencial de que voy a estar bien, a
pesar de que ahora pueda que no lo esté.
Si nos detenemos a pensar al respecto de lo que define
nuestra condición humana, lo espiritual es básico. Y aclaro, una vez más, que
lo espiritual no es lo religioso, sino aquellas capacidades auténticamente
humanas de trascender la realidad, lo que me lleva más allá del aquí y el ahora,
lo que me faculta para comprender por encima de lo evidente. Está claro que
capacidades como la contemplación, el silencio, la admiración, el aguante y la
esperanza, forman parte de ese universo espiritual humano.
En el caso de la esperanza, podemos decir que aquellos que
vivimos con ella, tenemos las siguientes cualidades:
1. Tener esperanza nos impulsa a no dejarnos derrotar por
las dificultades. El que espera lo mejor está más preparado para conseguirlo.
El que tiene esperanza sabe que llegarán adversidades, pero que todos los
proyectos tienen que ir afinándose, van a presentar fallas, van a ir haciéndose
perfectos a medida que aparezcan los errores y se vayan superando.
2. No somos inferiores a ninguno, tenemos posibilidades que
otros no tienen. Nuestra manera particular de conjugar las acciones de la vida
nos da unas facultades especiales que sólo tengo yo. Cuando tengo esperanza me
descubro valioso porque tengo las capacidades que requiero para triunfar. Estoy
reforzando mi visión positiva sobre quién soy. Los problemas se presentan
entonces como retos a vencer, como oportunidades para crecer, como situaciones
propicias para demostrarme de lo que soy capaz.
3. No dudamos de nosotros, confiamos que podemos dar el
golpe. Cuando otros se sientan a llorar sobre la leche derramada y profundizan
sus sentimientos de derrota e incapacidad, quienes tenemos esperanza sabemos
que llegará el momento, que se dará la oportunidad, tenemos paciencia, vamos
encontrando alternativas de solución en la calma, mientras todo se da como
debe. A la desesperanza le subsigue el desespero, a la esperanza la atención y
el estar despiertos para reaccionar en el justo momento.
4. Los esperanzados han logrado mucho, son quienes cambian
las cosas, quienes visionan lo que otros no pueden. No se quedan en la
oscuridad, sino que crean la luz; aunque tengan que intentarlo muchas veces,
aunque todos opinen que no lo lograrán, aunque parezca algo absurdo el solo
hecho de intentarlo. Los esperanzados ven lo que aún no se da, lo sueñan y luego
trabajan duro para lograrlo.
Quisiera invitarte a tener esperanza, a lanzar fuera de tu corazón los pensamientos pesimistas y derrotistas; vive con intensidad, aún en medio de tu dificultad, de tus problemas, todo será para tu bien, de esto saldrás fortalecido y preparado para ser feliz siempre de un modo más profundo y más pleno.