¿Qué hacer con la gente que no nos quiere y se comporta como nuestros enemigos?
Así me pregunta una señora, con cara de tristeza y de
angustia. Le respondo que debe comenzar por hacer realidad la petición que nos
hace el evangelio de amar a nuestros enemigos.
Sí, en el evangelio se nos pide que en nuestro corazón no
haya odio, ni rencor, ni ansias de venganza contra nadie, ni aún contra
aquellos contra los que tendríamos razones para tener esos sentimientos. Es
más, se nos pide orar por nuestros enemigos, y ¡Pilas! Estoy seguro de que esa
oración que se nos pide por ellos es de bendición y prosperidad. No te imagino
diciéndole a Dios Amor ¡elimínalos! No. Eso no cabe en la lógica de
misericordia de Dios.
Teniendo esta petición del Señor como presupuesto le propuse
a la señora las siguientes reflexiones:
1. Hay gente que no nos quiere y tienen razón para no
hacerlo, pues nosotros le hemos fallado o, simplemente, le hemos hecho daño
–algunas veces sin darnos cuenta y otras veces con toda la intención- y están
resentidas. A ellas debemos pedirles perdón y hacer un cambio de actitud que no
nos permita dañarlos más. Tenemos que ser conscientes de quiénes somos y de qué
hacemos, sabiendo comprender las reacciones de los demás ante nuestros
comportamientos. Es obvio, que ninguna acción justifica una reacción violenta;
pero también es claro que, algunas veces, nos hemos ganado -por nuestros
comportamientos y actitudes- el no-cariño de los otros. La solución es pedir
perdón. Ahora, si la otra persona no nos quiere perdonar está claro que no podemos
hacer nada más. Recordemos que no podemos obligar a nadie a que nos perdone.
Esta es una decisión personal.
Por ello les invito a ser humildes en reconocer sus faltas y
estar dispuestos a pedir perdón.
2. La gente que no nos quiere, con sus criticas y con sus
ataques nos hace mucho bien. Por eso Maquiavelo decía que era necesario escoger
bien a los enemigos. Cuando alguien te ataca, o te critica duro, muy
seguramente te muestra flancos de tu vida que son débiles y que debes trabajar
para fortalecerlos. Es decir, nadie te ataca por la parte más fuerte que
tengas, ni te critica por lo bueno que eres y haces. Luego entonces, sus
críticas te pueden servir para descubrir qué no estás haciendo bien o en qué te
estás equivocando. Eso es una ganancia, ya que te hace conocerte más y saber
que es lo que proyectas hacia los otros.
3. Hay que defenderse. En medio de la civilidad. Con control
de las emociones. Sin miedos. Cada uno tiene derecho -y para eso está la ley –
a su buen nombre, a la salvaguardar su integridad, a los espacios necesarios
para desarrollarse. Uno nunca debe creer que la violencia es una solución, pues
ella engendra más violencia. Sin embargo hay que aprender a plantarse y a saber
que hay derecho a decir que no, con firmeza y claridad, y hacerse respetar. El
peor enemigo es el miedo; a éste no lo podemos dejar anidar en nuestro corazón,
sino que hay que ser contundentes con él. Al fin y al acabo, estamos en las
manos de Dios. Como dice Pablo: “Si vivimos vivimos para Cristo y si Morimos,
morimos para Cristo”.
4. Hay algunos a los que no hay que pararle bola. Ya que
muchas de esas personas no nos quieren, gente de malos sentimientos, que por su
envidia o por sus complejos, nunca tratan de hacer el bien, sino se empeñan en
hacer el mal, y creen que su cielo es el infierno de los demás. No vale la pena
desgastarse con ellos. Mucha gente está pendiente de lo que te sucede o no te
sucede para sufrir, eso no debe atraparte. Tienes que vivir con algo de
indiferencia esos temas.
5. Tener claro que Dios te protege. Eres inteligente y
Responsable. Vives sabiendo qué hacer y cómo comportarte; pero confiando en el
poder de Dios. Él lo es todo y tienes que estar seguro de su presencia en tu
vida. Di muchas veces lo que dice el salmista: Mi ayuda viene del Señor,
Creador del cielo y de la tierra. ¡Nunca permitirá que resbale¡ ¡Nunca se
dormirá el que te cuida! No. Él nunca duerme; nunca duerme el que cuida de su
pueblo. Hay que vivir por tanto con la seguridad de la fe.
Insisto en lo que ideal es no tener enemigos; pero si, por esas condiciones humanas aparecen, hay que saber actuar frente a ellos y no temer. Quien vive con miedo no puede ser feliz. Eso sí, tampoco se trata de ser un “gallito de pelea”, porque esos siempre terminan en la olla del sancocho.